Durante la guerra trabaje en la gran fábrica de armamento. Nos
suministraron unas píldoras blancas que centuplicaron nuestras energías
hasta el extremo de mantenernos despiertos durante cuatro días con sus
cuatro noches. Aumentó la producción de morteros en un 32,7 % con
respecto a la del mes anterior. Y nosotros empezamos a tomarle gusto a
tan excitantes pastillas. Hoy soy hippie; odio la guerra, pero amo las
pastillas de la clase que sean.
-Las Pastillas-
Joe Jonás era un muchacho de gran optimismo. Silbaba al afeitarse y
sonreía siempre. Siempre ponía buena cara a los adversos acontecimientos
cotidianos. Su novia la rubia y adolescente Patty Freen, lo admiraba
por ello. Hasta que un día al iniciarse un duro rebrote de primavera
rezagada, Joe Jonás quiso, de pronto, llevarse a su novia al campo. Le
pidió prestado el automóvil prestado a su padre.
-Cuando apruebes en julio, te regalaré uno para ti solo- le aseguró su padre.
Joe Jonás corrió a pedirle el Ford a su madre. Y su madre al igual que su padre le auguró secretamente:
-Tu padre piensa comprarte uno cuando apruebes en julio.
Joe Jonás se sentó en el barandal del bungalow y aguantó impertérrito el
ardiente aire primaveral durante más de tres horas, al cabo de las
cuales decidió estudiar, para conseguir el coche.
Abrió el libro. Pero como tenía la cabeza ocupada por la endiablada idea
erótico-campestre-automovilística, no le sacó provecho a la primera
lectura. Insistió en la página ciento diez de la etnografía
cosmográfica, sin asimilar un solo párrafo. Así fue como tomó la primera
pastilla. Un mero estimulante. Una pastilla amarilla para mantener la
mente despierta.
Por la noche no pudo conciliar el sueño. Y tomó la segunda pastilla de su vida. Un hipnótico.
Despertó tarde y con dolor de cabeza. Tomó dos aspirinas. Luego otra vez
el estimulante para poder estudiar con provecho. Por la noche, otro
hipnótico. Y al día siguiente, tres aspirinas par aempezar…
Aprobó los exámenes en julio. Su padre le regaló el coche, un MG deportivo, descapotable, dotado de todos los adelantos.
Joe Jonás empezó a presumir de conductor experto y se fue olvidando de
su primera novia. Cambió de chica cada tres días. A veces, en la cama,
equivocaba sus nombres. Llamaba Joan a Matty. O decía “querida Shirley”
en lugar de “adorada Liz”.
Seguía tomando pastillas, claro. Se dedicó a los negocios de su padre;
una famosa Agencia de Publicidad Cinematográfica, a la que tenía que
acudir pronto y diariamente. A veces sin haber dormido. Tomaba entonces
unas pastillas sonrosadas “para mantenerse en forma”. Joe Jonás ignoraba
que dichas pastillas creaban sinergia con el alcohol. Y Joe tomaba
grandes cantidades de whisky puro para darse tono ante las actrices.
Un amigo médico le explicó que sinergia es en síntesis, una
multiplicación de efectos. Una pastilla es una pastilla, pero con
alcohol son dos pastillas. Una copa de whiskey con una de aquellas
pastillas, se convertía automáticamente en dos copas más dos pastillas.
Joe Jonás se echaba a reír. Le había tocado en suerte la época de las
píldoras mágicas y quería aprovecharla. Las había para todo. Para
dormir. Para despertar. Para poder beber sin emborracharse. Para
memorizar sin esfuerzo, y también para anular los efectos delirantes de
otras pastillas.
Joe Jonás empezó a confiar cad vez más en las pastillas y cada vez menos
en sí mismo. Pronto fue incapaz de tomar una decisión sin pastilla.
Hasta que un día se miró al espejo.
Habían desaparecido de su cara la nariz y la boca. No tenía cabello; ni
pelo en la barba. Ni dentadura. Se había quedado sin lengua. No era más
que una forma de ojos y unas fosas nasales carentes de olfato. Así fue
como empezó a tomar las célebres pastillas para “verse” en el espejo.
Luego las que restablecían el juicio mental. Luego las que instaban a la
acción. Luego las que tranquilizaban…
Hasta que un día se equivocó de dosis.
Al amanecer del día siguiente lo encontraron en la cama convertido en
sábana. No era ya más que una sábana arrugada y sucia. En la mesilla de
noche, el forense contó ochenta y siete clases distintas de pastillas.
Certificó así la defunción: “suicidio por tensión emocional
incontrolada.”
Después de firmar el acta, el doctor movió la cabeza con aire despectivo
y se tomó unas pastillas contra el asco que le producían los adictos a
las pastillas.
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